RESTAURACIÓN DE BOSQUES NATIVOS DEGRADADOS EN EL OESTE DE FORMOSA
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Una estrategia ambiental para recuperar un ecosistema perdido y la capacidad productiva de toda una región
* Franco Rafael Del Rosso
Principalmente en la década de 1.930 el aumento progresivo y sistemático de la presión ganadera en el oeste de Formosa fue provocando un impórtate aumento de la arbustización y en algunos lugares la perdida permanente de la vegetación superficial. En los ecosistemas semiáridos genero la unidad de paisaje que se denomina normalmente como peladares o plazuelas, típicas formaciones fisonómicas del oeste de la Provincia.
De esta forma se inicia un proceso de pérdida de biodiversidad y de productividad comúnmente denominado desertificación, en este contexto particular no está asociada como muchos piensan a un proceso de cambio climático sino más bien a cuestiones de manejo.
Esto no solo afecta a la biodiversidad y al potencial agropecuario sino que también restringe los servicios ecosistémicos que brindan estos ambientes. Gracias a la gran resciliencia, este fenómeno tomado a tiempo es un proceso reversible como lo demuestran varias experiencias que se vienen realizando con muy buenos resultados.
La región chaqueña es a simple vista un ambiente muy fuerte, idea que surge sobre todo por la presencia de los bosques nativos que dan una impronta de Resiliencia, sin embargo son sistemas frágiles donde cualquier intervención debe hacerse con extremo cuidado para no perder el equilibrio que implica la conservación y el desarrollo sostenible.
Secuencia de recuperación de áreas degradadas
El Oeste de Formosa y de Chaco pertenecieron a la Provincia de Salta hasta la Ley de límites de 1884. Teniendo en cuenta la abundancia de pastizales, hacia 1860 el gobierno de Salta promovió la entrada de productores ganaderos hacia el Este con la expectativa de ganar nuevos territorios, movimiento migratorio que dejaría profundas huellas en las costumbres de los habitantes del oeste Formoseño.
Las grandes inundaciones del Pilcomayo cubrieron extensas áreas a uno y otro lado del cauce siempre cambiante, depositando grandes cantidades de sedimentos, formando y abandonando lagunas con formas de medias lunas, y dejando el suelo cubierto por inmensos pastizales de Simbol. Los primeros ganaderos que llegaron se encontraron con una especie de tierra prometida: gran abundancia de pastos tiernos y aguadas naturales les permitieron mantener rebaños con una receptividad de 5 ha/cabeza y podían terminar sus animales en 2 años. Por eso se instalaron en grandes cantidades, casi uno junto al otro.
El apogeo de la ganadería llegaría al oeste formoseño entre 1.930 y 1.940 convirtiéndola en una zona productiva muy interesante, que brindó buenas ganancias a los ganaderos, sobre todo antes y durante la guerra del Chaco Boreal (entre Paraguay y Bolivia entre los años 1.933 – 1.936).
Pero había un problema: los pastos naturales del oeste chaqueño son de excelentes cualidades, pero tienen un sistema de anclaje muy débil, es decir raíces poco desarrolladas. Los mayores herbívoros locales como el guazuncho o los tapires que estaban adaptados, forrajean mordiendo las hojas, mientras que las vacas envuelven la mata con la lengua y tiran, dejando claros, cada vez más extensos. Al quedar el suelo desnudo perdió la sombra del pasto, la protección contra la radiación solar, aumentó la evaporación.
El pisoteo permanente del ganado fue compactando los suelos y éstos perdieron capacidad de infiltración, lo que aumentó el escurrimiento y la erosión, cuyos sedimentos fueron colmatando las aguadas.
La gente creía que llovía menos, pero la realidad era que el ambiente se había degradado, desertificado. La receptividad cayó a 20-40 ha/animal, y lo poco que ganaban en el verano lo perdían en el invierno, así, para terminar un animal con grandes huesos y poca carne precisaron 7-8 años.
Tan interesante resulta este proceso que entre 1945 y 1955 se instala en localidad de Ing. Juárez el Dr. Luis B. De Gasperi, egresado de la prestigiosa Universidad de Peruggia (Italia) y docente de la Universidad Nacional de Tucumán quien crea en esta localidad la Estación Biológica de Ing. Juárez, pionera en estos estudios en la Argentina.
De Gasperi afirma que “La desecación ambiental del Oeste Formoseño” se debe a “La alteración del equilibrio biológico natural de extensas regiones tropicales y sub tropicales, como consecuencia de la destrucción por el hombre de los bosques y sabanas originarios, y las modificaciones del balance higro-termosolar que suceden a la eliminación de la cubierta vegetal, producen un cambio muy profundo en el ambiente, cambio que lleva sucesivamente a la desecación, erosión y desertización de las regiones afectadas”.
“Las observaciones e investigaciones realizadas en el oeste formoseño por la Universidad Nacional de Tucumán en varios años de labor, confirman plenamente las aseveraciones de destacados autores que no es el cambio del clima el factor determinante de la degradación ambiental que lleva a la desertización, sino la acción negativa del hombre”.
Todo parecía perdido, pero con el esfuerzo conjunto de las asociaciones de productores y el apoyo constante del Gobierno Provincial fueron llegando caminos, electricidad, escuelas, puestos sanitarios, apoyo tecnológico y se está avanzando en un Programa de recuperación de peladares. En esas tierras destruidas se están instalando pasturas resistentes al clima y a la presión de pastoreo. La clave es lo que se llama la “recuperación funcional del pastizal”, es decir volver a tener no sólo alimento, sino sombra para el suelo, cobertura contra la radiación, incorporación de materia orgánica al suelo y con ello recuperando su estructura, capacidad de infiltración y de almacenamiento de agua, al mismo tiempo en que se trabaja en la mejora en la genética de los rebaños, ganadería regenerativa en el marco de un manejo holístico.
Además, se están plantando algarrobos, que dan sombra, alimento proteico con sus chauchas y fijan nitrógeno en el suelo. Una serie de obras complementarias como mejora de las aguadas, y especialmente las ferias y remates móviles, permiten mayor eficiencia en la producción de carne, y les permite a los productores recibir mejores precios por sus animales, que llegan al triple de lo que recibían antes. Así, poco a poco el extremo oeste va recuperando sus posibilidades.
Pero no todo son rosas en el camino de la restauración, primero no solo se trata de una transformación del ambiente natural, es mucho más, implica un cambio cultural tan o más difícil que el proceso de recuperación descripto. El productor de hoy se crio con el peladar y aprendió a producir en él, es lo que conoce y en lo que confía, por lo tanto, también hay cierta resistencia al cambio, sobre todo al cambio de metodologías, al cambio en el manejo. Se puede hacer un excelente trabajo de restauración y de hecho el ambiente se recupera con una rapidez increíble, pero si a este proceso no se le suma un trabajo de apropiación, de aprendizaje de las nuevas maneras de producir, en si un cambio cultural, seguramente el ambiente se volverá a degradar.
Otro peligro es el fuego, el peladar o la plazuela rara vez se incendian, por una sencilla razón, casi no hay combustible, pero la incorporación de pasturas mega térmicas exóticas o bien pasturas nativas recuperadas, hacen que exista mucho material combustible disponible que antes no había y la posibilidad del fuego aumenta y aumenta mucho, más aún si pesamos en sistemas silvopastoriles o de manejo de bosque con ganadería integrada, la presencia de más leñosas seguramente puede agravar la situación.
El fuego existió siempre, es un elemento de la naturaleza y un gran modelar del paisaje, pero lo que fue cambiando con el tiempo es la frecuencia, la intensidad y la extensión de los incendios, fue cambiando porque cambio la fisonomía vegetal, cambio el paisaje. Es simple el pasto es un gran combustible cuanto más pasto hay más peligro de incendios existe. El bosque y fundamentalmente el sotobosque han sido siempre en la región chaqueña la barrera natural del fuego, pero si le damos permeabilidad limpiando y plantando pasto el bosque nativo también va arder.
El fuego se maneja como se maneja el pasto o el bosque, requiere de cuidado, constancia y compromiso como cualquier empresa exitosa, no hay que tener miedo, pero si cuidado, la recuperación de zonas degradas que involucran implantación de pasturas si o si requieren de un plan de manejo del fuego.
Donde se intervine para restaurar hay que intervenir también para conservar y para mantener lo restaurado o sea donde metió la mano el hombre y rompió el equilibrio natural va tener que seguir interviniendo para mantener esos ambientes.
Hace algunos años los bonos de carbono y el pago por servicios ecosistémicos surgían como posibilidades de sostenibilidad ambiental, pero fueron perdiendo fuerza tal vez por su complejidad y su relativa poca rentabilidad en comparación a la producción convencional, hoy la ganadería regenerativa y el manejo holístico surgen, con cada vez más fuerza, como alternativas amigables con el ambiente que permiten buenos niveles de producción en ambientes naturales y representan una buena posibilidad de coexistencia donde los dos sistemas se complementan y no se fagocitan, seguramente el equilibrio dinámico entre lo ambiental, lo social y lo económico determine el éxito o fracaso de estos modelos.
Franco Rafael Del Rosso
Licenciado en Biodiverdidad, Magister en Desarrollo Sustentable, Asesor Experto en Biodiversidad Fundación Bosques Nativos Argentinos para la Biodiversidad.